Era demasiado impaciente para esperar a que el microondas terminara de calentar su vaso de leche. Demasiado impaciente para aguantar los anuncios antes de que volviera la película, y también para quedarse hasta que saltara el contestador cuando llamaba.
Demasiado impaciente para dejar que el secador de manos secara por completo sus manos antes de salir del baño, y demasiado impaciente para aguantar diez minutos de tráfico todos los días antes de ir a trabajar.
Siempre esperando a que llegue el fin de semana, odiando tener la sensación de estar perdiendo el tiempo.
Demasiado impaciente para aguantar una relación sentimental más de dos meses, porque en cuanto se torcía, ya no merecía la pena esperar y arreglarlo. Tenía que ir todo siempre bien.
Un día cualquiera en el metro, vió a un hombre repartiendo folletos. Extendió la mano y cogió uno. Empezó a leer:
"Un día un niño descubrió en el jardín de su casa, a una oruga, construyendo un capullo con hilos de seda a su alrededor.
El niño sabía que la oruga estaba pasando por un proceso de transformación, y se iba a convertir en mariposa. Pero pasaron varios días y la mariposa no salía.
Por fin, parecía que el día llegó y empezó a ver como forcejeaba y algunas partes de su diminuto y frágil cuerpo se abrían paso. Pero el proceso se detuvo.
El niño, agobiado, decidió ayudar a la mariposa para que saliera de la larva, e hizo unos cortes con cuidado en el capullo.
Finalmente, la mariposa consiguió salir, pero era demasiado débil como para volar. Se quedó inmóvil para siempre, demasiado débil como para vivir de una manera normal como cualquier mariposa."
Levantó la vista para intentar encontrar al hombre que le dió el folleto pero ya no estaba.
"Deseamos ser felices, aun cuando vivimos de tal modo que hacemos imposible la felicidad" - San Agustín.

