Con descaro y sin preguntar, comenzó a hablar conmigo con tanta confianza, que en ningún momento me paré a pensar si aquello era extraño.
Dejándome llevar, decidí arroparme en sus palabras hipnotizado por la belleza lozana que lucía su rostro.
Empezó a relatarme una vida azarosa, llena de altibajos y en menos de dos paradas supe que por dentro estaba rota. Su voz era cálida, y tuve la impresión de que las paredes del autobús se estaban derritiendo poco a poco psicodélicamente. Que extraña sensación.
Ella necesitaba a alguien que reconstruyera su corazón, barriera los trozos rotos, los intentara juntar; aunque fuera en vano y sólo se quedara en el intento, sin buscar nada a cambio.
Hablé con ella lo que duraron cinco paradas, hasta que se bajó, casi sin avisar. Me pilló por sorpresa -debe pasar en los autobuses- pensé.
La ví alejándose a través del cristal y quise salir corriendo a buscarla pero ya era tarde.
La ví alejándose a través del cristal y quise salir corriendo a buscarla pero ya era tarde.
Me bajé en la siguiente parada.
Nunca más la volví a ver.
Nunca supo que dejé varias paradas pasar para seguir escuchándola.


