Libertad

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sábado, 25 de febrero de 2017

En un balcón

Todavía recuerdo aquellos días en los que una mirada acallaban mis dudas. Tú, apoyada en la balaustrada de aquel balcón mirando a algún sitio que sólo tú podías ver. Yo, sólo te observaba, callado, cómplice del momento y sabiendo que jamás podría resolver aquel misterio que veía reflejado en tus ojos.
Saber que aquello era pasajero, sólo me hacía vivir con más intensidad. Tú nunca hubieras podido ser para siempre un reflejo de mi sin mis inseguridades.
De un lado estabas tú, y del otro, todos los demás. 
 
Todavía me despierto, sudando y cansado, para darme cuenta de que esos días ya quedaron atrás. Convencido de que entre recuerdos mis días se hacen más llevaderos, pero en el fondo sabiendo que sólo soy una sombra etérea de lo que un día fui. 
Muchas veces se me olvida el final de la historia, o mi tan trasparente ingenuidad. Como si mi memoria selectiva pudiera cambiar el pasado, y llevarnos a sitios donde nunca estuvimos.
Pocos momentos merecen la pena, y muchos faltarán para suplir aquellas historias con otras nuevas que me hagan de alguna manera dejar de recordar aquellos días. O recordarlos pero esta vez como el que sabe que la vida no empieza y acaba ahí.

No creo en el destino, pero sí en un azar caprichoso, que viene y va. Como el pelo cuando revoltoso se deslizaba por tu cara, o como las olas cuando mojaban nuestros piés en la orilla de la playa.
De cualquier manera, y sabiendo que el tiempo es lo que pasa entre momento y momento, me gusta recordar aquello. Y sin darme cuenta, sonrío como un niño, recordando tu voz y tu mirada.


viernes, 17 de febrero de 2017

Capítulo I - La noche

La luna, con su tono amarillo de Nápoles, lucía en el cielo muy cerca de desaparecer. 
Mientras caminaba, podía notar como el pulso acelerado latía en sus oídos. Se sorprendió a si mismo por su propia determinación, pues estaba deseando irse de aquel lugar, dar la vuelta y echar a correr. 
La casa, al fondo, parecía haber salido de alguna pesadilla; las hojas de los árboles, se enarbolaban con el viento, y la tierra que pisaba, yerma, crepitaba sórdamente a su paso.
Cuando estuvo a la altura de la puerta, y antes de entrar en aquella casa de pesadillas de cuento, se giró para echar un vistazo al camino recorrido.
Suspiró, y finalmente, abrió la puerta.
Un ejército de sombras temblequeaba en las paredes: había una vela encendida en el vestíbulo -aquí hay alguien-, pensó. 
Paralizado, decidió no hacer ruido, y tras esperar unos segundos, que se sintieron minutos como poco, decidió dar un paso y luego otro. Cuando se acercó a la vela, un olor a cera inundó su olfato y para alegría o consternación pudo ver como ésta llevaba encendida bastante tiempo, pues sobre la base de la palmatoria corría derretida.
Asió la palmatoria y caminó hacia las escaleras. Sólo había estado en aquella casa una vez, pero el recuerdo se había grabado en su mente como una marca de fuego en el lomo de un libro -los recuerdos son caprichosos-.

El piso de arriba parecía haber salido de un huracán, todo estaba tirado en el suelo, allí no quedaba nada ni nadie. Por si acaso y con vehemencia, recorrió las habitaciones tratando de no pisar los libros, las astillas desprendidas de los muebles, y los cristales rotos. 
Se llevó la mano al bolsillo y sacó un cigarrillo Benson. Mientras fumaba sentado en la cornisa interior del ventanal roto, pudo ver como poco a poco la oscuridad se cernía sobre el paisaje al paso el cual la luna se hundía en el cuadro que contemplaba. 

Y no pudo evitar pensar en la similitud metafórica que había con su propio destino.